sábado, 22 de noviembre de 2008

The woman in the window


-See the woman in the window?
Do you see the woman in the window?
-Yeah.
-You see the woman. Good. I want you to see that woman 'cause that's my wife.
But that's not my apartment.
It's not my apartment. You know who lives there? You wouldn't know. I'm just saying, "But you know who lives there?"
A nigger lives there. How do you like that?
I'm gonna kill her.
There's nothing else. I'm gonna kill her. What do you think of that?
I said, what do you think of that? Don't answer.
You don't have to answer everything.
I'm gonna kill her with a . Magnum pistol.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Hasta la bella Celia

De pronto la bella Celia, siempre seria y refinada, dijo: " llegó la hora de analizar un comercial". Todos en clase seguían aburridos a pesar de la incansable dicción de la profesora. Sin ganas y más por obligación empezamos a ver el comercial: Perfume extranjero, un taller de dibujo en donde un jóven desnudo posaba para ocho estudiantes que lo dibujaban atentamente. Y aparece ella, una delicia con anteojos y cabello negro, entra al taller apurada porque ha llegado tarde y con el aroma del perfume que lleva puesto despierta los instintos del modelo, incluida una erección sugerida pero nunca exhibida explícitamente. Todos ríen y la jóven sonríe mirando coquetamente al avergonzado.
Pero lo gracioso no es tanto el comercial como la reacción del salón donde yo estaba presente. Los hombres ni nos inmutamos, pero las mujeres rieron y se miraban entre ellas. Incluso la bella Celia -dueña de una rectitud y disciplina inquebrantable en su hablar y poseedora de una sabiduría y prudencia tan excelsa como su belleza- ligeramente dibujó una sonrisa. Y es que no me explicaba por qué tanto alboroto. Y repitieron el comercial una y otra vez y la bella Celia se atrevió a bromear utilizando palabras menos metafóricas y más directas, yo no lo podía creer. Fue cuando me di cuenta que las mujeres, sin importar la edad o situación emocional, cuando bromean sobre un pene se vuelven infantiles, sí, infantiles. Las miradas cómplices de las chicas de la clase se cruzaban en un vaivén de malicia y cierta felicidad como si acabaran de acordar explícitamente un suculento plan para leerse telepáticamente. Todas las cabezas femeninas volteaban buscando otra igual y al encontrar esa mirada aprobadora ansiada en otra fémina tan excitada como ellas mismas, sentían que se consumaba el placer de la travesura del momento. Aquel instante fue único pues no hubo mujer alguna que no sonría ni se sonrojora. Hasta la bella Celia: sentí cómo se desvistió de esa túnica fanfarrona de recitud y conservadurismo para ser, simple y maravillosamente, una mujer de carne y hueso; tan excitada como cualquier chiquilla veinte años menor que ella.