jueves, 16 de diciembre de 2010

Depende del trabajo

Salió de la casita, dejó su única ventana, esa por donde siempre entraba el sol. Se mudó al costado. Se marchó decidida creyendo ser distinta, creyendo haber cambiado. Fortaleza que aumenta, pero disminuye. Depende del trabajo.

Ropa sucia. Con manchas, con restos, con huellas. Juegos. Lavar la ropa nunca fue tan divertido. Y los viajes entre burbujas y espuma, entre mugre y aridez, se vuelven más comunes, más cargados de inmundicia, de peso, de trabajo.

Pobre la señora y las montañas de ropa que debe lavar. Pobre lavandera que empezó confiada y termina exhausta esperando que no amanezca para no enfrentarse a nada, para ser libre de una buena vez. Tiene un moño rojo en la cabeza que cada día se despinta más. Pero nunca comprará otro.

Algunas veces se sienta a descansar, el agua del caño cae con fuerza sobre los miles de kilos de telas que habrá que limpiar ¿Podrá? Un aumento jefa. No sería malo, una foto como la empleada del mes, una cena digna de alguien que trabaja arduo a diario. Nada. Nunca será nada. No existe el reconocimiento. 

Pobre la señora y las montañas de ropa que debe lavar. Aceptó el empleo, ojalá que no hayan más kilos que agregar. Con lo que tiene, basta.



A veces mira la ventana de al lado,  y añora regresar.