jueves, 30 de agosto de 2012

Odiseas caprichosas


¿Estará perdiendo el ritmo, los pasos, el compás? Las nubes cargadas del pasado agrio y manchado son recurrentes aún. ¿Puede más la sonrisa deslumbrante que los conductos que rigen movimientos y sensaciones? Y por alguna extraña razón se empieza a perder la conciencia y las ganas eternas del abrazo. ¡Ay de ti, Apolo! Las flechas parecen perder fuerza, ya no son ni puntiagudas, ya no asustan a nadie. Quien danza ya no tiene que saltarlas, las mira de reojo. Empieza a despreocuparse. Curiosidades internas.
Libertades tomadas sin presión, revólver en la sien que no se ve pero se siente. Llegar a la cima de la montaña no siempre es grato, sobre todo cuando se observa todo el panorama: La calma llama a la prudencia.

El equilibrio de la balanza parece ser imposible. No es tan simple pesar el alma por un lado y la rabia por el otro. Ni mil balanzas. La esencia pura de la mediocridad se esparce y resalta por encima de las gotas frescas que empiezan a caer del vaso. Y se da cuenta.

Y acostado, en una esquina de la habitación escuchando a George decir All things must pass, piensa de nuevo en la imposibilidad. No existen las “tábulas rasas”, nada se inventa ex nihil; bien por los que mienten y surcan los aires con alas pegadas con la misma miel traicionera de Ícaro. Allá quien cree en los planes etéreos, en voluntades trascendentes y en otras estúpidas formas de querer tratar de explicar algo siempre a su favor, siempre.



Todo lo que pasa, está; está ahí en la conciencia, en un cerrar de ojos visitando la oscuridad de la muerte y la nada, está en la furia del recuerdo, en la miasma regada en los laberintos de la mente, está en la actitud enfermiza de resucitar al ahogado y así volverlo a empujar al mar y hundirse con él a rescatarle, para luego repetir el proceso. Una incontenible erupción que cada cierto tiempo estremece las capas más sólidas terrestres, una inevitable oleada de basura que destruye; sí, destruye.  Su único objetivo: dañar a su gusto, regocijarse de la incauta y torpe defensa que el hombre puede tener. Una burla eterna que nada tiene que ver con palabras, voces y acciones. Nada.

Y así, se mira los pies y están cruzados. Siente que ha perdido el ritmo. La respuesta parece llegar como por defecto luego de descargar. Entonces ¿Por qué no se va? Si ya está harto de los juegos, de las estúpidas dinámicas ocultas, tan inmaduras como el niño que roba un caramelo por día y lo niega todo con una sonrisa angelical tan potente y convincente como sus malas acciones. Ya es momento de bajar de la montaña y volver a la tierra, donde las cosas son seguras, concretas y no andan pintándose de mil colores según estados de ánimo. Sí, está de pie y quiere regresar. La pregunta es ¿Volverá con su mochila o la dejará arriba para siempre?