¿Estará perdiendo el ritmo, los
pasos, el compás? Las nubes cargadas del pasado agrio y manchado son
recurrentes aún. ¿Puede más la sonrisa deslumbrante que los conductos que rigen
movimientos y sensaciones? Y por alguna extraña razón se empieza a perder la
conciencia y las ganas eternas del abrazo. ¡Ay de ti, Apolo! Las flechas
parecen perder fuerza, ya no son ni puntiagudas, ya no asustan a nadie. Quien
danza ya no tiene que saltarlas, las mira de reojo. Empieza a despreocuparse.
Curiosidades internas.
Libertades tomadas sin presión,
revólver en la sien que no se ve pero se siente. Llegar a la cima de la montaña
no siempre es grato, sobre todo cuando se observa todo el panorama: La calma
llama a la prudencia.
El equilibrio de la balanza
parece ser imposible. No es tan simple pesar el alma por un lado y la rabia por
el otro. Ni mil balanzas. La esencia pura de la mediocridad se esparce y
resalta por encima de las gotas frescas que empiezan a caer del vaso. Y se da
cuenta.
Y acostado, en una esquina de la
habitación escuchando a George decir All
things must pass, piensa de nuevo en la imposibilidad. No existen las “tábulas
rasas”, nada se inventa ex nihil; bien por los que mienten y surcan los aires
con alas pegadas con la misma miel traicionera de Ícaro. Allá quien cree en los
planes etéreos, en voluntades trascendentes y en otras estúpidas formas de
querer tratar de explicar algo siempre a su favor, siempre.
Todo lo que pasa, está; está ahí
en la conciencia, en un cerrar de ojos visitando la oscuridad de la muerte y la
nada, está en la furia del recuerdo, en la miasma regada en los laberintos de
la mente, está en la actitud enfermiza de resucitar al ahogado y así volverlo a
empujar al mar y hundirse con él a rescatarle, para luego repetir el proceso. Una
incontenible erupción que cada cierto tiempo estremece las capas más sólidas
terrestres, una inevitable oleada de basura que destruye; sí, destruye. Su único objetivo: dañar a su gusto,
regocijarse de la incauta y torpe defensa que el hombre puede tener. Una burla
eterna que nada tiene que ver con palabras, voces y acciones. Nada.
Y así, se mira los pies y están
cruzados. Siente que ha perdido el ritmo. La respuesta parece llegar como por
defecto luego de descargar. Entonces ¿Por qué no se va? Si ya está harto de los
juegos, de las estúpidas dinámicas ocultas, tan inmaduras como el niño que roba
un caramelo por día y lo niega todo con una sonrisa angelical tan potente y
convincente como sus malas acciones. Ya es momento de bajar de la montaña y
volver a la tierra, donde las cosas son seguras, concretas y no andan
pintándose de mil colores según estados de ánimo. Sí, está de pie y quiere regresar.
La pregunta es ¿Volverá con su mochila o la dejará arriba para siempre?