viernes, 4 de enero de 2013

Náufrago de ser


Y sin darse cuenta el mar se lo ha llevado. La mano levantada ya no se divisa desde la orilla, la ayuda lo olvidó.
Y mientras flota piensa sobre la dirección que está tomando. Pues parece que la balsita de madera ha resultado más resistente de lo que parecía. Nada la rompe, aunque muchas veces parezca que así será.
No sabe el náufrago si no quiere volver a la orilla por miedo a la humanidad, no sabe si quedarse flotando por miedo a perder su balsa. ¡Se ha encariñado. El tonto se ha encariñado!

Pasan los días y ya se acostumbra, pasan las noches y le gusta recostarse encima de aquellas tablas que con tanto esmero y amor consiguió para amarrarlas unas con otras. Hoy en día es diferente, si bien las quiere ya no las aprecia como antes. Cansancio de tantas malas jugadas, de tantas volteadas, heridas y revolcones a causa de las olas y otras cosas más. Pero sigue ahí, con la frente en alto, tonto y encariñado.

Aún puede volver... pero no lo hace. ¿Estará esperando algo? Ni el mar ni nadie lo sabe, ni siquiera su propia fe o su propio destino, quien últimamente camina de lado a lado preguntándose cosas sin respuestas, con el dedo en el mentón y la mirada perdida, con la barba blanca apoyada en el pecho, con la incertidumbre que le abraza y lo endulza a seguir así... quién sabe por cuánto tiempo más.