lunes, 31 de enero de 2011

Siempre lo mismo

El circo de la cabra y el payaso, o el bufón, o el idiota. Igual, todos estos nombres encajan en sus bolsillos.
Y mira la luna completamente solo. Se queda horas, pasa la gente y lo empuja, pero él ni cuenta.
A la hora de la cena no quiere comer, lleva tiempo así ¿Acaso esperará algo? Posiblemente.

Y los párpados pesan, las palancas que engranan la polea no parecen más ya de fierro, a duras penas se mantienen. Por ello quiere cerrar los ojos, debe hacerlo, siente que es necesario. Y en la oscuridad de los párpados consigue ver la muerte, el otro espacio infinito, el que se muestra al cerrar los ojos, al desaparecer del mundo físico pero aún conciente.

La cabra, traviesa y rebelde, ya hizo un desarreglo, y va por el siguiente. Así siempre ha sido en su cabra vida.  A veces cree que moviendo la cola es suficiente, pero no tiene idea de los daños que ha causado. Cuánto dinero gastará aquel señor en arreglar su jardín, o aquel otro en construir de nuevo su puerta.

Tambíén mira la luna, pero la usa como espejo, como reflejo de su integridad tan profunda e inquebrantable que no admite, siquiera, que la toquen mientras lo hace. Enfurece rápido, y la miran. Y se burlan de ella mientras enseña los dientes afilados parada en medio de la noche con el vestido escapándose de su cuerpo gracias al viento.



Parece que ya no alcanza, el tren avanza más rápido, y sus pasos son cada vez más lentos. Es difícil levantar la carpa, es difícil guardarla en la vieja caja de madera. Hasta se extravió el candado.
El circo ya no quiere moverse, o no debe hacerlo. Está feliz en donde está, la tierra lo absorbe, los árboles sonríen con él. Baila, baila la carpa con sus cuerdas y sus clavos viejos y oxidados. Las graderías se mueven al ritmo de la estupidez y la insípida seguridad de estar en medio de la nada.

En la última función hubo, por fin, una persona en la tribuna. Fue mágico, el inicio del éxito. Se scuchaban las campanas mientras la cabra, en dos patas, daba vuelta al ruedo siendo aplaudida por el payasín, cada vez más alegre.  Lástima que a mitad de la madrugada volvió a ocurrir lo de siempre, el invitado se fue. Se paró y dejó a todos helados y repitiendo el estribillo penoso de hace buen tiempo "siempre lo mismo".












jueves, 27 de enero de 2011

Ya!

¿Por qué? Ataca con todas sus fuerzas, la espada guapa, erguida, ensangrentada. Ataca con furia, utiliza las mejores técnicas, pero el aire es imposible. ¿Cómo derrotar a lo que no existe? Y la capa levanta la arena, y la arena llega a los ojos. Y no puede ver, no quiere.

Más tarde se ahoga, tampoco se puede contra el mar. Sensaciones de máxima impotencia y desdicha. Ciego. Se ha quedado ciego a propósito para no ver todo lo que se avecina, para no sufrir antes de tiempo, para olfatear e intuir, lo cual puede ser mucho peor algunas veces.

Sequías de aliento, asfixia y descarada incotinencia. Cava el hoyo y olvida el sol, cuando al final el trabajo esté hecho, no se sienta a descansar porque es hora de cavar otro. Cosmovisiones púrpuras y suspicases, a talar los sentimientos y volver desierto el bosque, será mejor así.

Una explosión que reventó hace tiempo y que sigue y seguirá, nunca el fuego estuvo tan frío, tan seco, tan turbio y necio. Que se vaya, no importa si es por la ventana o por la puerta posterior, que tome sus cosas, cuente los billetes y se acomode bien la corbata. Pero que se vaya ya!