domingo, 27 de febrero de 2011

Fluir

Al llegar a un cruce de avenidas todo parece cambiar. Cuatro esquinas, semáforos bailando en el cordel gracias al viento, polvo, basura en las paredes y un ligero y espumoso humo que brota de las alcantarillas impide la visión. A moverse, rápido. Salgamos de este lugar antes de que todo cambie. Mírate, luces tan confundido ¿Qué has perdido? Toda una vida, infame, con sus risas, excesos y tristezas. Sobre todo molestas tristezas. Los pequeños músculos que configuran tu rostro te vuelven viejo, áspero, como el grass sintético de caucho que raspa y deja heridas a cada instante. Ya la noche no es suficiente para ocultar los gritos, ya la almohada tiene un hueco del tamaño de la incertidumbre -siempre escurridiza y frágil.

Y buscaste un refugio en el lugar incorrecto ¿acaso te sentiste mejor? Te botaron a patadas de esa puerta, nunca te dieron de comer, ni te taparon con una manta, una vez más fuiste un bulto no deseado. Pareces un cachorro sin experiencia, con razón llegaste herido, con cicatrices y quemaduras, tuviste tu merecido.

Con la muerte no se juega, a la muerte no se le reta jamás. La muerte está tan segura de ganarte que te dá una vida de ventaja. Y si sabes observar con todo el cuerpo te darás cuenta que es más fácil, que la calidez no se reemplaza por meras alquimias baratas, que la simpatía del gusto brota natural siempre que abras las puertas, que quites los candados y saltes hacia el mar. Despacio, disfrutando la caída, mordiendo el cielo hasta apretarlo y cogerlo en tu mandíbula. Silencio.



Te ganaste a ti mismo otra vez, no pudiste, una mente mansa y suspicaz, apacible y tranquila, quieta y serena. Aquí todos saben que tu circo es un manicomio, y tus actores son retazos de mentes que algunas vez brillaron. Fracasados aglomerados bajo una carpa llena de agujeros por donde la lluvia entra cuantas veces quiere. Así que no te quejes, todavía falta reparar, todavía. Pero lo bueno es que al menos ya estás trabajando en ello. Con tu escalera, con tu actitud, con tus uñas llenas de sangre y el sofocón del aliento encendido cada vez que sientes la ausencia, cada vez que escuchas timbres sin responder, cada vez que recuerdas tu naturaleza obtusa y generosa.

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