sábado, 13 de agosto de 2011

Ardor

Sólo queda respirar. A veces meter la cabeza bajo el agua puede ser más relajante que respirar la miasma que las situaciones nos arrojan. Y una vez más, el castillo se incendia. No importa qué tanto se ornamente, no importa qué tanto quede limpio. Basta una ligera chispa, mínima, ínfima como la décima parte de una gota de lluvia, sólo hace falta eso para que el fuego brote. Y el ardor. No el de Ada, ni el de alguien; el ardor de un alma que a veces quiere descansar de las bombardas, pero no puede. Ni podrá.

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