miércoles, 27 de mayo de 2015

Ciruelas

Sueño de ciruelas
El aroma de siempre
Esas ganas que acaban y reinician al encontrar el suspiro años después.

Se entiende: el artista observa cómo el violín cae el suelo, se rompe y nunca volverá a poder tocarlo. Y el dolor se esparce, como la sangre en el suelo luego del balazo, como la llegada ligera y débil de la espuma a la orilla, se hace grande y se evapora.
Una pena que se suma al desencuentro, a los minutos inexactos, a los números primos coqueteando inútilmente a sabiendas de la imposibilidad de estar pegados. Con esa facha ya no queda otra, a meterse en la cama y a esperar. Esperar la puerta, las cortinas y la sala, esperar el llanto, el rezo y la recámara, esperar que el sabor tabaco no se acabe, esperar que Azrael -burlón y degenerado- llegue lentamente con la plumilla a cosquillearle la nariz. Y de noche.

Es la sensación de trepar el muro más alto para caer y volver a hacerlo. Y uno, desde la ventana, abre los brazos con la mente y cierra el puño con furor. No puede creerlo pero está, nuevamente, cara a cara consigo mismo...y recupera el aliento... no, espera... se le va... lo coge con la mano, se escabulle, se resbala, se escurre en la idea de la sorpresa; ojos bien abiertos y pudor: se dice verguenza, carga el bulto a pesar de todo, estira el brazo pero éste se extingue con una alarma, con un ruido de soplo, de viento, de espíritu, de fugacidad.
Ráfagas dulces, sabor lápiz de labios, sabor rosa, completamente amalgamadas en la esfera de la inconsciencia y la duda. Plenitud.

Buenas noches, otra vez; y si te vuelvo a encontrar, haz lo que hizo Iraneh, sigue de frente con rigidez inquebrantable, da la vuelta y rompe en llanto. Que la esquina de la plaza sea tu única testigo, óyelo bien, la única. Que el viento raspe la cara, el dorso, la piel y el pecho. Que te hundas en la huella de lo que pudo ser y que se esfuma siendo nada. Un simple cruce de caminos (¿cuántas cosas ocurrieron para que se unan tantos siglos después y en el lugar más letárgico e iracundo?), uno de los dos debió equivocarse: uno debió devolver el violín, o el lápiz de labios. Uno no debió ir al mercado ni comprar ciruelas, hubiera sido mejor elegir una tienda alejada, donde pueda respirar y ahogarse, sin que nadie los vea.

Yeki bud yeki nabud.


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