miércoles, 8 de junio de 2011

Danzan los lobos bajo la luna. Noche. Una fogata al centro que se enciende con cada aullido. ¡Qué perdida de tiempo! Si supieran los tontos que la fogata se apagará cuando quiera. No necesita la lluvia, ni sus estúpidos bailes, no necesita nada más que decidirlo.

¿Encajes? Es hasta risible. Un rompecabeza se arma siempre con paciencia y perfección, la sutileza y el cuidado acortan los minutos en ese aspecto. Eso sí, esto se cumple siempre y cuando no sean dos los que lo arman. Porque de ser así, mientras uno coloca, el otro lentamente va quitando la pieza de la esquina. Y cuando miras bien el esfuerzo que hiciste durante tanto tiempo, se convierte en la burla de siempre. Te engañaron. Y no tienes otra que aceptar. Y perdonar. Aunque pareciera irrelevante.

Gulliver viajó mucho hasta que llegó, para su mala suerte, a aquella tierra que le generó tantos problemas. Tal vez algún día entienda el significado de ese lugar. Tal vez no, y siga preguntándose a sí mismo qué fue lo que pasó. Y siga caminando hasta viejo, consternado y confundido, buscando la respuesta a una pregunta que ya habrá desaparecido. Tonto.

Esta noche no hay luz: ni la luna, ni el rompecabezas, ni Gulliver, ni nada. A bailar, es la única salida, que los zapatos quemen el piso, ahora mismo, que salga el polvo, que llegue el sudor, el cansancio, para así poder dormir y olvidar, al menos ficticiamente, todo el estruendo final de la tormenta. ¡Y qué tormenta!
Por ahora es el desenfreno, y la miseria del recuerdo maravilloso en épocas de decandencia.

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