domingo, 3 de julio de 2011

Calle

¿Y el mago? ¿Y las sonrisas?¿Dónde están las caricias del pincel en el lienzo? ¿Y los regalos que salían del sombrero? La alucinante y estática verdad de caminar por lugares muertos que hace un tiempo parecían ferias llenas de luz y maravilla. La paradoja de las calles, de sus muros vigilantes que han sido testigos de la vida, de la vida del mundo, de todas las personas que tantas veces pasaron en frente. Aquellas calles que nunca hicieron nada, que miraban atónitas a la cólera. al disgusto; que reían viendo a la avaricia, a la amistad, a la lujuria y a la traición; que dormían observando a la desdicha,  a la mentira, al infortunio y la deshonra. Aquellas calles que nunca hicieron nada.

Y una mano sale de los muros y detiene al colérico, le regala un florero lleno de rosas, que fue el adorno de la mesa de aquella cena preparada que nunca fue; y otra mano sale de los ladrillos y aguanta al traidor, le regala ese muñeco esculpido que alguna vez fue un regalo que nunca se entregó, y así el mundo empieza a tener sentido. Las calles se vuelven gente, dicen y hacen cosas para mejorar nuestra existencia.


Pero no, sólo un sueño perverso y tontamente esperanzador. Las calles seguirán iguales, y el humo del cigarrillo deslizándose encima del abrigo seguirá siendo el mismo. Y la indiferencia sale al ruedo sin ganas, como si la empujaran hacia el escenario para que empiece el show. Pero no le queda otra. Sabe que no debe extrañar, no a pesar del arcoiris, no debe olvidar el dolor que provocó la roca que le cayó encima. Y sólo las calles saben lo que significa levantarse y olfatear el pasado cercano que hace poco obsequiaba chispas y que ahora destila mugre.

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