miércoles, 29 de febrero de 2012

Cazador

La furia de la cólera, de la revancha nunca realizada. Ojos de fuego que maquinan la muerte perfecta, el asesinato necesario a quienes van en contra de las leyes naturales más puras y hondas: las de un hombre.
No creas, fiera del campo, que te has salvado del castigo. A manos propias el cazador tiene paciencia y busca el momento adecuado. Ya llegará. Mientras tanto disfruta lo poco que te queda de estética, lo poco que te queda de todo. Ya pronto la vida, vestida de gala y con guantes, hará lo que tenga que hacer contigo. Como si fuera divertido ver crecer el pasto, como si hubiéramos olvidado la piel que debe resistir una caída de lágrima acompañada de un camión lleno de emociones ciegas y poco claras, que se dejan llevar por la estupidez y la inmadurez. Como si no importara el sufrimiento. Infelices quienes creen que sus actos no llevan joroba, inocentes quienes piensan que lo pasado desaparece. Todos recibirán su castigo, doloroso, como siempre ha sido, como siempre debe ser.

jueves, 16 de febrero de 2012

Colapso

La melancolía de la armónica, del oscuro y tenue oboe. La música de la mirada hacia atrás, de reojo, con cautela. Al final todas las historias colapsan como la parte final de alguna sinfonía, y pareciera imposible girar el cuello y observar.

Observar las gotas de lluvia que aún no secan en la calle, estar atento a los gritos de auxilio de algún mendigo a quien todos ya dieron limosna, toda la dinámica de contemplación se vuelve interna, árida, pastosa y agridulce. Así, los ejércitos malévolos se transforman en los héroes del mañana. Y las epidemias y desastres naturales fueron males necesarios para poder subsistir.

Es como buscar refugio entre dos laberintos. Ambos sin salida por supuesto. Es como escapar del peligro y elegir entre un callejón sin salida y un león hambriento: El producto será igual. Queda el momento del escape, la sonrisa de la fuga, la luz de la certeza  con los ojos bien cerrados, bien apretados, esperando que nada pase y, sobre todo, nunca abrirse para no ver lo que saben que ocurrirá.


Un acto circense casi tan precario y sin sentido. Diez mil vueltas y ochocientas piruetas desplegó el payaso. Sólo una persona lo vio, sólo una lo aplaudió, el resto no lo hizo... es que nunca estuvieron ahí. La carpa bien plantada y colorida llora por su único asistente: un par de manos que aplauden felices sin cesar, sin pensar, sin sentir.

Y si supieran... si recordaran aquellos ojos, ¡ojos vivos que expresaban tanto! Nunca nadie ha visto semejante delicadeza en una mirada. Caramelos cubiertos de sensualidad, de frescura y elegancia, clásica.
Ángel de marfil que cada cierto tiempo aterrizas en tierras ajenas a despertar la intriga, el deseo y la admiración. Pareces hijo de las musas transparentes, con el don de hipnotizar a quien se les venga en gana, y de la forma que más les plazca. Belleza sutil, belleza perfil bajo, de mirada que hiela, de dulzura que embriaga, de pasar desapercibida, belleza perfecta; belleza volátil, de vaivenes y escondites, de júbilo y errores, de dudas y emoción. Belleza de lejos.

Y a pesar de todo, siempre está, siempre surge, siempre aparece un pequeño sedimento de bondad, una antigua fórmula de curar el alma para siempre, con la sencillez y humildad del filántropo puro, con la certeza del científico serio. Y a pesar de todo... siempre está. Quién sabe si el circo no se llena de espectadores al final; sólo faltaría un plus, el extra, el distinto. Quién sabe, tal vez haya nacido ya.





domingo, 12 de febrero de 2012

Recordatorio

Nuevamente se infla el pecho. Y la sensación dulce se vuelve negra, oscura, de rabia que seguramente será saneada cuando pase aquella estrella fugaz, tan mentecata y escurridiza, como todo el negocio que insiste en colocar, a pesar de que no habrán ganancias. Esencia que no cambia.

"Valentía"

La insoportable tendencia a caer. De resbalar a propósito, de sentirse bien en el suelo. 
La versatilidad, tan malvada y punzante, de las palabras puede provocar muchas veces la erupción total y suprema de mundos escondidos bajo la piel y las mentes. 
¿Quién diría que los ídolos se vuelven un soplo, que la terquedad y el lamento de antes desaparecen tan rápido, como si no fueran mas que un instante de estupidez?
El problema es que al mirar nuevamente al mundo, no basta con haber aprendido ni maldecido, no basta con sentarse a tomar un café y mirar pasar al tiempo, vestido en saco y corbata, haciéndote una venia de cortesía. Aquí se cocinan nubes negras. Podría haber claridad, pero a todos nos aterra conocer lo que hay detrás del mundo. Esa parte oscura que nadie quiere explorar. Nadie.

De la desgracia a la incertidumbre, a la ilusión guardada en cofres de marfil. Cuenta regresiva de dulzura y pánico. Una vez más, otra vez más, siempre vez más.



Porque sabiendo el final, uno siempre busca cambiarlo a su favor. ¿Y quién sabe? Las historias de hadas se construyen a partir de esa incansable sed de doblegar al destino, porque nos enseñan que los finales felices sí existen, sí, y deberían seguir existiendo. 

Triste ansiedad. Nunca los abrazos fueron tan extrañados. Ni por tan pocas horas, ni por tan pocos minutos, ni por cortas o largas distancias. 

¿Será que existe?