jueves, 16 de febrero de 2012

Colapso

La melancolía de la armónica, del oscuro y tenue oboe. La música de la mirada hacia atrás, de reojo, con cautela. Al final todas las historias colapsan como la parte final de alguna sinfonía, y pareciera imposible girar el cuello y observar.

Observar las gotas de lluvia que aún no secan en la calle, estar atento a los gritos de auxilio de algún mendigo a quien todos ya dieron limosna, toda la dinámica de contemplación se vuelve interna, árida, pastosa y agridulce. Así, los ejércitos malévolos se transforman en los héroes del mañana. Y las epidemias y desastres naturales fueron males necesarios para poder subsistir.

Es como buscar refugio entre dos laberintos. Ambos sin salida por supuesto. Es como escapar del peligro y elegir entre un callejón sin salida y un león hambriento: El producto será igual. Queda el momento del escape, la sonrisa de la fuga, la luz de la certeza  con los ojos bien cerrados, bien apretados, esperando que nada pase y, sobre todo, nunca abrirse para no ver lo que saben que ocurrirá.


Un acto circense casi tan precario y sin sentido. Diez mil vueltas y ochocientas piruetas desplegó el payaso. Sólo una persona lo vio, sólo una lo aplaudió, el resto no lo hizo... es que nunca estuvieron ahí. La carpa bien plantada y colorida llora por su único asistente: un par de manos que aplauden felices sin cesar, sin pensar, sin sentir.

Y si supieran... si recordaran aquellos ojos, ¡ojos vivos que expresaban tanto! Nunca nadie ha visto semejante delicadeza en una mirada. Caramelos cubiertos de sensualidad, de frescura y elegancia, clásica.
Ángel de marfil que cada cierto tiempo aterrizas en tierras ajenas a despertar la intriga, el deseo y la admiración. Pareces hijo de las musas transparentes, con el don de hipnotizar a quien se les venga en gana, y de la forma que más les plazca. Belleza sutil, belleza perfil bajo, de mirada que hiela, de dulzura que embriaga, de pasar desapercibida, belleza perfecta; belleza volátil, de vaivenes y escondites, de júbilo y errores, de dudas y emoción. Belleza de lejos.

Y a pesar de todo, siempre está, siempre surge, siempre aparece un pequeño sedimento de bondad, una antigua fórmula de curar el alma para siempre, con la sencillez y humildad del filántropo puro, con la certeza del científico serio. Y a pesar de todo... siempre está. Quién sabe si el circo no se llena de espectadores al final; sólo faltaría un plus, el extra, el distinto. Quién sabe, tal vez haya nacido ya.





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