lunes, 23 de abril de 2012

Telapatía entre el odio y el infierno

Odia ver que sonríe
Odia saber que es feliz
Odia enterarse sin pedirlo
Odia jugar sin querer
Odia la rabia que lleva
Odia que todo esté bien (o parezca)

No, no tiene que ser lo mejor, lo justo. El tiempo no es que sea el mejor porque lo cura todo, es inteligente porque su indiferencia lo protege de todo. Y así, se olvida tarde o temprano de las cosas, y no odia ni ama, ni siente, ni huele; ni grita, ni llora, ni lanza carcajadas. Nada. Indiferencia es la madre de la sensatez, de la economía del sufrimiento. ¿Es necesario sufrir sabiendo la felicidad de quien sí debería sufrir? ¿Es acaso lo correcto ver sonrisas de despreocupación y enterrar en un segundo las flechas que tantas veces dañaron el alma como quisieron? ¿Es adecuado sentir una bomba que explota de a pocos, como desmenuzando todo el cuerpo por dentro para generar dolor al gusto? 

Todo ese invento, tan débil y denso, puede irse directamente al subsuelo, que busque el camino del fuego y se pierda en el infierno... donde nada se recuerda, donde nada se siente, donde nada se sabe: donde se vive en paz.


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