domingo, 8 de agosto de 2010

Los fantasmas no son otros que los que la propia obscuridad crea a su antojo, para su deleite, para matar el tiempo. Y cuando el héroe se da cuenta que puede mirarlos directamente y sin temores de neblina (sin sensaciones de agujas) puede levantar la espada y el escudo. Y no necesita atacar, puesto que será en vano. Clavaba la daga, fruncía el ceño, pero de nada servía. Ahora, un rayo ha caído sobre la celda. Es el rayo que apoya, que ayuda y brinda luz. Los fantasmas desaparecen, porque nunca existieron en realidad, nunca fueron nada. Bastaba sentarse en la esquina opuesta de la habitación. Parece.

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