lunes, 20 de septiembre de 2010

No esperes

No esperes al tren que nunca salió de la estación.
No esperes que caiga un fruto de un árbol sin tronco.
No esperes beber agua cuando el desierto se burla de tí.
No esperes jugar a la felicidad cuando te amarran los brazos.
No esperes sonreir si tu espejo está roto.
No esperes tocar tu sombra si es que la luz sigue apagada.
No esperes calentarte si duermes sobre una alfombra.
No esperes moverte si sigues soñando.

Si esperas, esperarás. De eso se trata, de podrirte, de secarte bajo el sol, de sembrarte en la tierra, de cementar tus pies y luego mancharlos con barro. Esperar es un verbo interesante: está a medias, se queda ahí, en eso, en la desazón de que siempre faltará algo. Porque si ese algo aparece, ya no estarás esperando, ya habrás encontrado. Pero esa ya sería otra historia.

Esperar es frenar siempre, es no pasarte la luz del semáforo, a veces interminable o incontrolable. A veces cambia de verde y se queda en ambar. A veces ni siquiera cambia. Espera, aunque mejor, no esperes. 

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