domingo, 16 de junio de 2013

Condena de los últimos días

Es como si cinco de ellos engrasaran bien la estufa para los dos restantes.
El río de horas semanal fluye versátil, ininterrumpido y hasta alegre, excepto cuando llegan los últimos días.
Allí, todo cambia. La mancha crece y poco a poco empieza a afectar. 
Es el impacto de la huella indeleble en la mirada. Aquella luz de brillo del espíritu que ahora se hace insoportable. Más aún, estando inmóvil.


Y de pronto ha despertado y se da cuenta de la ausencia de una presencia que nunca lo fue, de la llamada no prometida, del premio no otorgado. Miserias. Entonces ya no sabe si debe haber molestia, si el reniego y los dientes deben justificarse o no. 



Llegan caminando los gusanos que habrán de carcomer los pensamientos, ya no le está gustando la condena de los últimas días, no le hace gracia saberse sumiso expectante de la naturaleza, y de lo que otros hagan o puedan hacer. Truenos.



El granjero ha decidido no tocar aquel hermoso pasto fértil hasta que esta zona se libre de su dueño anterior.  Es lo más justo, cree. Porque a pesar de todo conserva principios universales, potentes como risibles, pero influyentes.


                                              




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