miércoles, 24 de agosto de 2011

Harto

de comprar paraguas y seguir mojándose
de calmar al mar y naufragar
de regalar el alma y sentirse estafado
de respirar y asfixiarse

sábado, 13 de agosto de 2011

Ardor

Sólo queda respirar. A veces meter la cabeza bajo el agua puede ser más relajante que respirar la miasma que las situaciones nos arrojan. Y una vez más, el castillo se incendia. No importa qué tanto se ornamente, no importa qué tanto quede limpio. Basta una ligera chispa, mínima, ínfima como la décima parte de una gota de lluvia, sólo hace falta eso para que el fuego brote. Y el ardor. No el de Ada, ni el de alguien; el ardor de un alma que a veces quiere descansar de las bombardas, pero no puede. Ni podrá.

martes, 9 de agosto de 2011

Voces

Cuando peleas con el aire
Cuano te enfrentas a un fantasma
Cuando lanzas puñetazos a la nada
Cuando lees y extrañas
Cuando das vueltas en la cama
Cuando cierras los ojos y ves mejor aún
Cuando te calmas con el estómago hirviente
Cuando te carcomen las historias
Cuando caes y hay vértigo
Cuando saltas al vacío y te chocas con el suelo
Cuando escupes y te manchas
Cuando maldices y te sonrojas
Cuando sudas y estás seco
Cuando  sientes

domingo, 31 de julio de 2011

La sabiduría a veces está en manos de un niño, quien sin saberlo la manipula, la dobla y la estira como a un pedazo de papel. Y es que la diferencia entre las almas está en el trato. Una máxima debería estar escrita en la frente de cada mortal decente y día tras día recordarlo y ejecutarlo. Y es que pareciera tonto e iluso tratar como prioridad a aquellos que te ven como una opción. Let's see...

viernes, 29 de julio de 2011

Trapecista

Fuego naranja, peor que lava, más caliente que la furia de un alma vengativa. Y con todas sus letras.
Es un máquina que avanza dando vueltas, triturando todo lo que llega, lo que ve, lo que siente. 
¿Podrá el trapecista resistir? Las manos le pesan, tiemblan, pero se mantiene firme. El puño logra cerrarse. Augurio positivo, aunque no definitivo. 

¿Qué hacer cuando en pleno acto le llegan a la mente las ráfagas de destrucción y de impotencia? Y miles de personas lo están mirando, y lo sabe. Ha decidido que la función debe continuar, no puede defraudar, no debe defraudarse. 


No va a aguantar, piensa. Que se suelte, que se caiga directo al precipicio, directo al piso, helado y extremadamente sólido. Que suenen sus huesos, que haya un crujido y desaparezca su último aliento. !Es lo que siempre quisiste!
¿Pero acaso está planeando algo? Cobarde y absurdo, el suicidio siempre es voluntario, y lo sabe. Aunque antes debería romper algunos otros huesos, de almas desprovistas de sinceridad y del más mínimo respeto ante el dolor. Es menester que quien sale de casa en lluvia, tenga que mojarse.

Y vuelve a sujetarse, con más fuerza, y la máquina sigue triturando la boca del estómago. Dragón de carpa.
Hora del salto mortal, directo al éxito o directo a la nada. Nada de donde llegaste, de donde siempre has sido hombre de ningún lugar, sin planes para nadie. 

domingo, 3 de julio de 2011

Calle

¿Y el mago? ¿Y las sonrisas?¿Dónde están las caricias del pincel en el lienzo? ¿Y los regalos que salían del sombrero? La alucinante y estática verdad de caminar por lugares muertos que hace un tiempo parecían ferias llenas de luz y maravilla. La paradoja de las calles, de sus muros vigilantes que han sido testigos de la vida, de la vida del mundo, de todas las personas que tantas veces pasaron en frente. Aquellas calles que nunca hicieron nada, que miraban atónitas a la cólera. al disgusto; que reían viendo a la avaricia, a la amistad, a la lujuria y a la traición; que dormían observando a la desdicha,  a la mentira, al infortunio y la deshonra. Aquellas calles que nunca hicieron nada.

Y una mano sale de los muros y detiene al colérico, le regala un florero lleno de rosas, que fue el adorno de la mesa de aquella cena preparada que nunca fue; y otra mano sale de los ladrillos y aguanta al traidor, le regala ese muñeco esculpido que alguna vez fue un regalo que nunca se entregó, y así el mundo empieza a tener sentido. Las calles se vuelven gente, dicen y hacen cosas para mejorar nuestra existencia.


Pero no, sólo un sueño perverso y tontamente esperanzador. Las calles seguirán iguales, y el humo del cigarrillo deslizándose encima del abrigo seguirá siendo el mismo. Y la indiferencia sale al ruedo sin ganas, como si la empujaran hacia el escenario para que empiece el show. Pero no le queda otra. Sabe que no debe extrañar, no a pesar del arcoiris, no debe olvidar el dolor que provocó la roca que le cayó encima. Y sólo las calles saben lo que significa levantarse y olfatear el pasado cercano que hace poco obsequiaba chispas y que ahora destila mugre.

martes, 28 de junio de 2011

Mendigos

Sin nada.
Sin nada en los brazos, caricias
Sin nada en los ojos, lágrimas
Sin nada en el alma, furia
Sin nada en la mente, fotos

¿Cómo entender la actitud del mendigo que todo el día pide una moneda para ser feliz? Y al pasar por su lado lo vemos como un bicho escuálido, digno de lástima, digno de no querer ser visto.  Alguna vez fue un grande, respetado y admirado por miles. Pero se descuidó, o lo descuidaron. Y la vida le atacó por la espalda. Duele, no sólo por el ataque; también recuerda lo que dejó antes. La impotencia de haber arriesgado para nada. O para algo: para sufrir, para despintarse de a pocos, para romperce en pedacitos de espejos que reflejan su sonrisa rota por las noches.


Y añora el norte hoy más que nunca. Se desgarra lentamente las pestañas, y quiere meterse a la máquina del tiempo que nunca inventó para aparecer en el lugar y momento adecuado con la actitud adecuada. Para estirar la mano y que le lluevan miles de monedas esta vez. Que de las ventanillas de los autos broten las láminas doradas que hagan brillar sus alicaídos ojos sucios y postrados hace tiempo.

Y así el mendigo sentirá, por fin, que algo tiene en los brazos. Y que los ojos se reabren dejando brotar nuevamente lágrimas dulces de alegría, dejando que la furia arriende las bestias que lleva por dentro, y calmarlas. Y que las fotos, tan desgraciadas, desaparezcan para siempre, para nunca más reapaerecer. O que se transformen en caricaturas sonrientes. Y que el mundo las vea y se sienta cómodo. Que el mundo prenda la televisión y se emocione con los bailes y los cánticos que observe, que tome champagne y unas aceitunas que le hagan hacer muecas de complicidad y satisfacción, que abra el gabinete que hace tanto tiempo dejó olvidado que, ahora, indómito parece esconderle sus llaves como esos duendes nocturnos que destruyen las vidas de aquellos inocentes e ingenuos confiados por cualquier estúpida razón.

¡Despierta!