jueves, 28 de octubre de 2010

Se avanza, aunque todavía se ven pequeñas manchas en la ventana. Ya le avisaron al limpiador! Ojalá que no olvide quitarlas y empiece así a convertirse en el mejor limpiador del mundo. Empieza la confianza.

Es muy fácil hacerlo, toma el trapo, páselo en el vidrio y así quedará brillante. Como debe ser. Sin manchas, no debe haber problemas ¿O tanto le costará? Le costará una pierna, o tal vez un ojo, pero lo hará. A veces hay que entregarse un poco, no es tan malo. Energía. La ventana estará limpia pronto. Y las otras ventanas, esas que dan a la calle, también.Ojalá.

sábado, 23 de octubre de 2010

Es increíble cómo aquellas hojas rojas, pálidas y casi rotas que una vez cayeron del árbol pueden hacerte tropezar. Y caer. De narices y con los brazos abiertos.
Será que nunca nadie se preocupó de meterlas en un saco y tirarlas lejos para que se vayan con todo y su hechizo.
Aullidos de impaciencia y añoranza. Ahora se ven todos los días, cada vez más familiares. Y el barrendero sonríe y cada vez que habla con la pared se acuerda más de aquellas hojas muertas, que parecen tan frescas en su memoria.
Las historias terminan por acabar. Sin embargo, no se sabe cuándo será el final. Pánico y miedo (pero con ganas). Al voltear y desde el horizonte se ve mejor.

Increíble: Ahora las manchas indelebles parecen muy fáciles de quitar. ¿Propuesta de vida? Decisiones blancas, negras. El tornado pasará pronto, ajustemos los cinturones.

sábado, 16 de octubre de 2010

Lágrimas



Hoy las lágrimas amanecieron sin ganas. Sin ganas de levantarse de la cama, de ponerse la máscara de siempre, de abrir las ventanas y dejar que la luz del día entre para alegrar su día.

Hoy las lágrimas decidieron quedarse tiradas, enredadas con las sábanas. Y vieron televisión, rieron y se aburrieron. Y recibieron una llamada, e hicieron varias otras. Y se enteraron de algunas cosas que casi las hacen levantarse e ir corriendo al mundo sensible. Pero no, ya no, esta vez respiraron hondo y pudieron contenerse. Es la nueva moda.

Hoy las lágrimas no extrañaron las pupilas, ni los párpados que suelen humedecer, hoy tiraron el mundo por la borda. Acomodaron la almohada y daban vueltas mientras concebían e imaginaban a la humanidad sin su presencia. Rieron al pensar qué graciosos serían todos si al llorar no botaran lágrimas, parecerían tontos haciendo gestos y muecas, enfureciendo e hirviendo de sangre. Pero nada más. 

Por un momento se enojaron, para variar; las vitrinas del boulevard se llenaron de nuevo de algunos accesorios fastidiosos, estúpidos y siempre innecesarios. Se enojaron porque son intolerantes, se enojaron porque saben que los otros transeúntes ya vieron y mirarán ese nuevo producto exhibido, y estos sonreirán y comentarán: "qué mono!", y el dueño de la tienda también. Al frente, mientras  tanto y postradas debajo de un poste, ellas apretarán fuerte los puños y mostrarán los dientes, como cualquier mamífero que quiere defender su territorio. Idiotas. Se enojaron porque están ..., en realidad. 






Y así, las lágrimas llevan horas echadas en la cama, pero sin mojarla. Es como si su presencia muchas veces no se percibiera. Y el colchón, siempre perezoso y con la boca taponeada, contempla indiferente la batalla que sucede allá arriba. Las lágrimas que hoy decidieron no ir a trabajar empiezan a molestarle. Que se vayan -piensa. Pero las lágrimas amenazan con quedarse ahí buen tiempo. Tal vez así la humanidad se vea más graciosa, y los gestos y muecas sean los protagonistas -de ahora en adelante- de aquellos llantos tan puros y forzados que brotan de nosotros. ¿Y ahora qué hará la gente, quitarse los gestos y ordenarse el rostro en vez de secarse las lágrimas?




Lo único que quiere el caracol es sentirse apreciado por su lentitud, por su baba y su paciencia. El resto es lo de menos. No entiende por qué le pisan el caparazón a cada momento. A veces quiere ser un gusano, y poder arrastrarse rápido y alejarse de cualquier situación que sea sinónimo de problema. Deseos de cartón.

sábado, 9 de octubre de 2010

Ya es hora

La flor de siete colores estaba en el jardín de su propia casa. Recorrió todo el mundo buscándola y, al final, estaba en el lugar del cual partió. Y tuvo que vencer todas las adversidades juntas. Los dulces, las galletas y la risa fueron sus armas. Felizmente.

Pero tuvo que sufrir y mucho. Innecesariamente eso sí. Pensaba que matando todas las flores llegaría a divisar aquella que tenía más colores. Y las mató. Psicópata, floricida, homicida de pensamientos. No tenías que ser tan incisivo. Los escrúpulos son necesarios siempre que no afecten ni carcoman a otro. 

El timón del barco de la vida se ha cansado, ahora mirará al otro extremo. De una buena vez avanzará bien. Está decidido: capitán, tripulación y salvavidas han llegado finalmente a un acuerdo. A partir de ahora se acabaron los problemas inventados. Qué especial puede ser el ser humano si se lo propone. El invento de un mundo en la cabeza jamás podrá vencer a la realidad. Es que son meras especulaciones, preguntas periodísticas sin sentido, sin respuesta; divagaciones propias del temor y el orgullo (las dos caras de la moneda del hombre), nada más. Y como navegan en el mar de lo contingente, se expanden y pueden aglomerarse fingiendo ser un paisaje increíble lleno de flores y estrellas, cuando en realidad no son más que un par de trazos de un pincel gastado sobre un papel sucio. Lo que el recuerdo, la imaginación y la máquina de la mente inventa no es nada, no tiene peso, no llegarán -todos juntos- a ser un segundo de realidad concreta, porque lo que se vive sí se siente en mil sentidos. Lo otro no pasa de las mentiras del cerebro coqueto y siempre problemático.

Y cuando el muchacho regresó a casa y encontró la flor se dio cuenta que su esfuerzo no valió la pena en parte, ya que pudo haber muerto por lo extremo del peligro de los obstáculos que inventó y encontró. Por otro lado, su esfuerzo le sirvió para regresarlo a la realidad y decirle: "tu estúpida flor está en tus narices". Despierta querubín, ahora tienes a alguien al lado. Que esas cuatro alas se extiendan por los aires, conviértete  en un ser feliz. Ya es hora.

viernes, 8 de octubre de 2010

antinomia

El día mágico, resplandeciente, feliz. Sonríe e ilumina el alma.
Una noche sensacional, llena de gestos, de pinceladas en la pared, de trazos fuertes, de palpitaciones de las venas, genuinas, puras, como siempre. Lo idóneo nunca fue tan simple.

El vagabundo no puede estar más feliz, nunca en su vida. Feliz de la vida y de lo que le pasa. Es todo lo que había deseado. Detalles a la orden del día. No muevas ni un dedo, esperas y sigues feliz.

El amanecer ha sido sublime. Incluso más parecido al chocolate. Dulzura se respira, tranquilidad brotaba y brota de sus poros. Así es como debe ser. Se siente él, auténtico, único. 

Hoy vive de la sonrisa, y sigue recogiendo la alegría que se le desparrama en forma de gotas hacia el suelo. Y más tarde será mucho más feliz, lo sabe. Se sentirá más importante y tomado en cuenta que nunca. Porque sabe y siente que es la prioridad, que no es secundario, que es la razón de ser del pintor. De aquella deidad que hace y deshace de él, como quiere y cuando quiere.
Y se siente fuerte, con más energía, para nada cansado, siente que encaja, que no hay lugar a reclamos, ni a quejas, ni a críticas. 

¿Y en qué anda el artista? Mirando al horizonte, maquinando, inventando a las musas que desaparecen para dar paso a algún cíclope que terminará pareciendo un viejo duende norteño. Porque parece que todo le da vueltas, le va y le viene. Y así, el vagabundo que se cree la estrella del circo no es más que una panel tirado y pintarrajeado que lo levantan y exhiben de vez en cuando. (Pero shhht, no le digan. Esto no debe saberlo)

Nuevamente ha llegado la hora, la felicidad del muñegote vuelve, arruga sus camisas y se despeina. Es que debe entrar al cuadro otra vez, la burbuja lo espera. ¡Qué cómodo se siente!



PD. imposible

Un día que no existe el vagabundo se bajará del cuadro, se amarrará los zapatos y saldrá por la puerta, con el pecho inflado y la mirada gélida. Sabio él. Obviamente se irá, doblará la esquina y se romperá en llanto. Pero lo habrá hecho ¿será ese su lugar?.

lunes, 4 de octubre de 2010

batallas cotidianas

Juguemos.
El equipo rojo a un lado. El equipo azul al otro. Y que salpique la sangre.
Primer ataque fulminante, balazos llenos de escrúpulos, determinación y la minuciosidad enfermiza. Golpe bajo, pero los azules son fuertes, parecen a prueba de balas. No se caen, resisten, más bien insisten.
El segundo ataque es de los azules, como fumando una pipa y sentados bajo una sombrilla multicolor y de espaldas al frente de batalla. Bingo, metrallas de soberbia. El saldo: sucesión de muertes lentas del ejército rival.
Un nuevo ataque de los rojos, utilizan ahora granadas cargadas de estrategia, esa que tantas veces los sacaron de miles de aprietos: funciona, pero no por mucho tiempo. Parece.
La respuesta azul, siempre insensible al dolor de los ataques enemigos: bombardeos aéreos de tranquilidad que parecen indiferencia en algunas nubes. Perfecta forma de camuflar los temerosos morteros que van destruyendo al enemigo.

Y así, ambos despliegan todo su potencial, sus herraminetas malévolas, defensivas, ofensivas, pensadas, impulsivas. Así, hasta los gritos de cada soldado, son navajas que van directo a las venas inflándolas, desgastándolas, cicatrizándolas.

Este es el juego, el de la lucha diaria. Esta es la lucha, el del juego diario. Pensemos que si es lucha habrá un derrotado, o al menos uno peor que otro. Pensemos que si es juego ambos ejércitos terminarán de luchar y se abrazarán. Pero se volverán locos. O sabios. O idiotas.