sábado, 19 de junio de 2010

Implosión


Implosión. La procesión se lleva también por dentro, y profundo, y bien lento. Algunos levantan el ataúd sin ganas, otros se esmeran pero no sirve porque el equipo no se decide. El humo del incienso destila un aroma dulzón pero que fastidia, que no termina de convencer.


El destino ha sido un planeta lejano, en el que nadie ha aterrizado jamás. Se nota porque todo es nuevo. Se nota porque la infinitud del camino brilla e irradia magnificencia, es un mapa de cristal, con los bordes del más fino de los hilos de Aracne. Una delicia jamás pensada, jamás soñada pero presente. Imágenes.

Sin embargo existe una zanja, se cree que es mágica porque aparece a veces. Aunque más veces que a veces.
¡Mucho cuidado señorita! Cruce con cuidado, salte si es posible. No vaya a ser que se caiga como el anterior que ni cuenta se dio y cayó derechito al fracaso, directo a la miseria de la duda, tan cercana y placentera.

Y son esos momentos, que aparecen de repente,  en los que se piensa tanto que se nubla la vida, le cae un ventarrón, un fuerte viento y la remece hasta desgastarla. Son esos momentos que hacen que aparezcan las máscaras, las caretas, los disfraces, todos esos aditamentos que sirven de armadura para subsistir. 

Es como conversar con el camaleón, a veces no sabrás si le estás hablando a alguien más. Molestia. Y es que no es la culpa de los que cargan el ataúd! Es la culpa del muerto mismo, que no se deja cargar, que se mueve a propósito, porque siempre lo hace, en todos sus entierros. ¿Se dará cuenta que al no moverse correrá mejor suerte? 

Con todo, lo que prima no es la incomodidad de quienes cargan al muerto, ni el olor del incienso, ni el viento. Aquí, señores, lo que prima es la convicción de haber visto la energía, de haberla sentido. Un corto circuito muy distinto el que se vive en aquel planeta desconocido, un par de alambres que al rozarse hacen retumbar todo, incluso a la piel de la Tierra misma. Lejos.


No hay comentarios: