jueves, 3 de junio de 2010

Indestructible

Un candado de hierro, el laberinto de Creta, un grano de arena, el alma. Hay cosas, tan simples, tan raras, tan distintas que no pueden romperse o destruirse, que no pueden variar o debilitarse. Algunas veces producen diálogos con miel,  palabras de seda que se amoldan a la piel; otras veces lanzan cuchillos afilados, reafilados, sedientos...

No es saludable, no es adecudado, no es sensato, pero es delicioso, la gloria en un segundo, el placer puesto en pausa eterna. Intentar destruir lo indestructible satisface, incita, empuja. Es cuestión de mortales, y de mortales tontos, ingenuos, guiados por estúpidas creencias en el anclaje de un pensamiento futuro, en el chasquido de dos eslabones al juntarse para formar la cadena. Mentiras son.



La noche es testigo, el día también (aunque más la primera) de todas los árboles plásticos, de las latas de algodón que pateamos a diario y que no van a ningún lado de la vereda. Oscuridad y luz son testigos de esas partes de la mente, tan diáfanas y confusas, que día a día buscan, que día encuentran... aunque no necesariamente aquello que andaban buscando.

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