miércoles, 9 de junio de 2010

Paréntesis

Cada cierto tiempo los planetas confabulan, maquinan, se toman la molestia de perder el tiempo planeando. Cada cierto tiempo el alma de la galaxia debe paralizarse. No se trata de un capricho, es una necesidad. Miles de gotas de sudor habrán de estrellarse contra el pasto, millones de corazones romperán los pechos para salir disparados sin temor a chocar con cualquier obstáculo que se atraviese.

Es tiempo de observar, de dejar lo importante para el final; es tiempo de vivir, de sentir en la piel y en cada poro del cuerpo una llama que no ha de apagarse a conciencia. La humanidad jamás fue tan feliz, hombres y mujeres gozan a su estilo, machos y hembras cumplen sus roles, perros y gatas se mezclan en la muchedumbre.

Es un viento demasiado helado (y a la vez hirviente), no sólo despeina sino también empuja. Y empuja fuerte, te caes pero ríes. Vuelve a empujarte y hasta te arrastra. Pierdes un zapato, también la billetera, pero no importa. Y mientras eres un muñeco de trapo tirado de unas cuerdas, gozas sometiendo tu cuerpo al suelo, a las piedras, a los vidrios. Luego te pondrás de pie, sonreirás y cuando menos lo pienses habrás ganado.


Al final, este tiempo pasará, y el orden natural del mundo regresará: cada cosa a su cajón. Pero eso sí, mientras dure el mundial de fútbol, las ráfagas de emociones brotarán a cada instante. Si no lo crees, lo siento. Estas cosas se viven, no se pueden explicar.

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