martes, 1 de junio de 2010

Agua y aceite

Alguna vez el agua y el aceite se sentaron y vieron el amanecer, juntos. Luego se levantaron y caminaron, sin saber adónde ni por qué. Se sentaron en la plaza, conversaron. Luego fueron a un café, pero no entraron. Prefieren siempre estar de lejos, y de cerca cuando hay silencio. 

También discutieron, porque no pueden vivir sin esa confrontación, sin esa rivalidad escondida. Sus miradas se han encontrado, pero las ventanas del alma parecen cerradas, todavía. Si tan solo trabajaran en equipo y cavaran la tierra con la misma intensidad, si tan solo se dieran la mano y así saltar el abismo del pánico,  de la alegría y del misterio; si tan solo intentaran eso...

Cada vez que cae el sol planean su encuentro, han aprendido a pasar desapercibidos, transparentes, casi gaseosos. La gente, con capa y sombrero, no se da cuenta de que están allí, a su lado. La gente no percibe que agua y aceite intentan robarles el sombrero, y sacar desde dentro un pañuelo rojo, o tal vez azul.
Es que con el pañuelo, bañado en su propia fragancia, proseguirán con el hechizo que a diario realizan para con los mortales, tan tontos, tan ciegos, tan ellos.

Y así, salen corriendo entre risa y sonrisa, entre gestos y roces. 



Hasta que se separan, porque es así, porque no pueden, no deben, no es correcto, no es menester que sigan juntos. Cada uno regresa a su aldea, a refrescarse en las aguas de sus lagos de soberbia, de antinomias, de patrañas. Vuelven a su refugio, y de cuando en cuando, muestran la cabeza, sólo los ojos mirando el horizonte, pero siguen sin saber qué quieren encontrar.

Agua y aceite, ya es hora del exterminio, de la guadaña en el cuello, de la granada en el párpado.
Agua y aceite, ya es hora de iniciar el fin. Lamentablemente, amanecerá otra vez: tarde o temprano volverán a juntarse.

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