domingo, 30 de mayo de 2010

La batalla de la nada

 
La batalla de la nada es la batalla entre el aire y el viento, la disputa entre el lodo y el fango, entre el libro y el texto, entre el arma y la pistola; el conflicto entre cosas a veces iguales, a veces distintas.

¿Cómo poder observar el mundo a través de un instante? O a través de la mirada de alguien... Segundos que punzan, y dicen mucho. Aunque en realidad nunca dicen nada, es decir, nada que no sea más que una estúpida suposición  o intuición ajena, nada que no sea el invento de teorías y etiquetas que alivian la incertidumbre no voluntaria, no incentivada, no expresada.

No es cuestión de actitud, no se trata de construir triángulos de caramelo, se trata de hacerlos de hierro. Al menos el horno está listo, e hirviendo.

Esta vez el gatillo se apretó sin planear, la pistola está caliente sin querer; tal vez esa sea la diferencia, la gran diferencia. Es que ahora los disparos no tienen un blanco fijo, las balas salen dispersas sin querer encontrarse con nada en su ruta, porque una vez chocaron con una muralla, a la cual le hicieron un agujero, pero no la pudieron destruir. Desde entonces.

Un libro no hace una biblioteca, menos una de esas grandes, con miles de pasillos y varios pisos. Entonces hay que estar siempre listos, atentos y alertas. El librero no aprendió todos los pasillos y sectores de la noche a la mañana. Fue un proceso. Pero para ello necesitó a la biblioteca siempre en perfectas condiciones: limpia, ordenada y bien dividida, él solamente se comportó como sí mismo, seguro de sí mismo. Así logró conocerla, y logró que la gran masa de hojas escritas le conozca también, y le reconozca en las noches, en sus sueños, sus pesadillas y en lo más profundo de sus confusiones.

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