domingo, 2 de mayo de 2010

Espera

Esperar. ¿Esperar qué? ¿Para qué? Los zapatos se hundieron en el fango, y allí estaban: sucios, tristes y mirando por encima de todas las cabezas si es que aparecía la señal que tanto añora y que no hay.
Las ojeras se han vuelto más negras de tanto sostener los ojos reabiertos en la madrugada, la intriga petrifica el cuerpo como si tuviera cemento en la base, para que no pueda moverse.


Y las horas pasan, y las horas pasan, y nunca pasará nada, a pesar de saberlo, de sentirlo, de intuirlo. Nunca. ¿Será por eso que envejecemos más rápido? Es decir, la espera se convierte en la labor de un vendedor de la estación de tren, o la de las maids de un hotel, o del lavandero de platos del restaurante. Todo es circular. Lavar para ensuciarse, desordenar para ser ordenado, vender para volver a preparar un nuevo producto a venderse mañana. Al final, no queda nada, solamente la ráfaga de tiempo, el trueno casi efímero de que alguna vez existió la certeza. Lo demás es espera, intriga, preguntas, inquietud, desesperanza.



Y la lluvia está cayendo, moja todo lo que toca, aunque no todos están húmedos. Algunos no perciben las gotas y no se sienten atacados por aquellas lágrimas sagradas. Torpes. Porque, como el camaleón, quieren pasar desapercibidos, cuando en el fondo se están quemando y se sienten lo más ridículo del mundo. Y mojados.

Espera que pronto vendrá, que aparecerá la nube dorada, al menos para volver a burlarse, al menos para volver a reirse de tí... pero aparecerá. Y la espera tendrá sentido, pero eso sí, no olvides que se irá, fugitiva, huyendo de la gloria esquiva, corriéndose del éxito, regufiándose en el fracaso, en la decadencia, a la cual está tan acostumbrada tontamente. Esa nube se irá, y la espera- tan efímera como estúpida- será nada nuevamente... Y volverán a ensuciarse los platos, a desordenarse los cuartos, y a venderse los últimos productos en la estación.

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